viernes, 31 de julio de 2009

Crítica de alternativa teatral a Una familia dentro de la nieve


El equilibrio justo
Una familia dentro de la nieve es un espectáculo corto, pero con suficiente espacio como para albergar una buena puesta de un buen texto bien actuado.

Parece que el universo soviético está despertando interés en la cartelera porteña actual. Nuestra reseña mas reciente versó sobre una pieza que tomaba la poesía bolchevique como punto de partida. Ahora nos abocaremos a Una familia dentro de la nieve, texto original de Guillermo Arengo, llevado a escena por el director Diego Brienza, que también presenta referencias rusas. La pieza se centra en la radiografía de un grupo familiar signado por la ausencia de sus dos integrantes masculinos: el único hijo varón, poseedor de un coeficiente intelectual superior y desopilante y Tito.

Una vez más, este tipo de planteos se contrapesa con un universo femenino condenado a la añoranza de dichas ausencias. En este caso, la madre, quien se desempeña como mucama en un hotel, y cuatro hermanas, cuya simbiosis no les permite expresarse ni existir por separado, al punto que constituyen un único personaje. Quien esto escribe vio a estas mujeres / niñas que hablan en coro y cuyos vestuarios representan la variación de un mismo modelo y no pudo evitar recordar a los cuatro hermanos de La gallina degollada, asesinos de su hermanita, por otra parte la única mujer y la única que no padecía disturbios mentales.

El espacio escénico se halla distribuido a modo de friso, dividido en tres partes que se extienden de frente al espectador, lo cual constituye un planteo interesante y estéticamente atractivo. A la sobriedad del relato de la madre (una actuación sutil y no por ello carente de profundidad de Adriana Ferrer), se adosa la espléndida maqueta alrededor de la cual viven las cuatro hermanas. Más allá se eleva el hermano, sobrevolando lejanamente la desgraciada situación familiar. Es notable la excelente amalgama que conforman la escenografía, el vestuario y los objetos diseñados por Cecilia Zuvialde con la caracterización de los personajes y la historia narrada. Otro elemento fundamental es el diseño de luces de Mariano Arrigoni.

La situación de esta familia presenta un quiebre al producirse el inesperado arribo de Tito, una buenísima interpretación de Horacio Marassi, llegada que divide la obra en dos. Las circunstancias que acompañan este regreso, junto con el lenguaje en el que Tito se expresa, son detalles que se dejarán para el descubrimiento del espectador, pero cabe señalar que sus características constituyen un acierto de la puesta.

La obra tiene una duración breve, dado que no necesita más para desplegarse. Hubiera sido fatal incurrir en agregados o dilataciones rítmicas con el objeto de prolongarla. Las intervenciones verbales son exquisitas, mezclando convenientemente dosis de absurdo y referencias con las que el espectador puede sentirse identificado, interpelado y hasta emocionado.
Con relación a este despliegue de la palabra como creadora de sensaciones que la obra ostenta, se recomienda enfáticamente leer el fragmento de Henning Mankell que acompaña el programa de mano, dado que, a pesar de contar con buenas actuaciones, un trabajo rítmico notable y una atinada resolución visual, aún así, Una familia dentro de la nieve, es capaz de decir cosas bellas con belleza.
Karina Mauro

Crítica de imaginación atrapada a Una familia dentro de la nieve


Que nieve con ganas

Nieva en una maqueta hecha de cajas de remedios que es Leningrado. Nieva en una maqueta que es Leningrado, que es donde está el padre, un héroe. El padre es un héroe que no está.
¿Cómo representar el pasado? ¿Es posible volverlo una construcción poética que viva en el presente? Es decir, sí, es posible, se hace desde tiempo inmemorial. Pero, ¿qué es lo que se está trayendo? ¿desde dónde conectan esas imágenes con el tiempo presente, en el cual ya se están volviendo ellas mismas pasado (tal la característica del teatro, donde todo se vuelve inmediatamente un “ya pasó”)?

Una mucama de un hotel de la Avenida tiene cuatro hijas, digamos, “peculiares”: cuerpo de mujer, juegos de niña. También tiene un hijo con un coeficiente intelectual altísimo. El muchacho se para en zancos, habla por altoparlante o megáfono. Se distancia de todas las formas posibles de sus orígenes. Finalmente, se va, a Estados Unidos. Sólo quedan la mucama rodeada de juguetes (uno de ellos un tren… tren, trenes, ¿aquellos que no existen más?) y sus hijas, que juegan con una maravillosa maqueta hecha de cajas de remedio y múltiples lucecitas que es Leningrado.
Elementos inconexos, trazos poéticos sueltos por aquí y por allí, un montaje que se forma. La posibilidad del retorno de un padre que vaya a saber qué idioma habla ahora después de tantos años. Tiempos que giran en falso. Jugar a volver estrofa el pasado. Una sonrisa, varias, ¿sinceras? ¿máscaras?

Y al final, un final feliz… donde en la burbuja poética nieva sobre Leningrado.
En “Ciudadano Kane”, a Kane, en la secuencia inicial, se le cae una bola de vidrio en la que nieva en su interior hasta que se quiebra… pasado irredimible, no retornable. Acá, en el final la burbuja se completa, se sana… ¿lecturas? ¿quiénes somos?
Diego Braude

Crítica de vuenosairez.com a Una familia dentro de la nieve


Una Familia dentro de la Nieve

El pasado mixturado con el presente, la presencia con tanto peso como la ausencia, la tristeza evocada en el decir alegre de una familia anclada en lo que pudo ser y lo que es.

Una familia vive en un hotel. Una madre (Adriana Ferrer) evoca constantemente las vivencias de un pasado que la consume. El relato la vincula con su hijo (Gabriel Urbani) quien la interpela constantemente con preguntas existenciales que la sumergen –aun mas- en un oscuro estado anímico. Cuatro hijas son quienes respiran una atmósfera distinta. El bloque emocional que edifican está construido en base a una sonrisa siempre presente y sus constantes parloteos recorren el pasado a puro optimismo. Sostienen cándidos juegos de palabras para describir la densa atmósfera que las rodea y muestran siempre su fuerza de carácter, dulzura y fe que será determinante en la destino de esta familia.
Lo notable de esta obra dirigida por Diego Brienza es el peso logrado tanto en las palabras como en lo referente al manejo corporal de los actores. Cada uno de los personajes conserva su propio estado y sus cuerpos se conectan en nuevas texturas emocionales que poco a poco y entre todos irán reconstruyendo. La Dirección junto a la coreografía (Bárbara Hang) logra insuflarle credibilidad a una puesta en escena que los ubica a cada uno en su propio espacio sin vinculación entre unos y otros. La madre en una silla en penumbra solo saldrá de allí, y de su trance, cuando el presente la llame. Su hijo ubicado en el otro extremo del escenario le contara su dolor.
En el centro las cuatro hijas con un impecable vestuario (Cecilia Zuvialde) potencian sus universos mágicos, que a su vez se refuerzan, con una representación de una colorida Leningrado que sirve de sustento para recordar a un padre que un día dijo adiós.
La utilización del idioma Ruso por parte del padre (Horacio Marassi), es un elemento que encaja a la perfección en la obra, pues ese lenguaje nos habla de esta familia compleja, distinta y mágica al mismo tiempo. Encontramos aquí este punto esencial, sugerido de la obra, ya que madre, hijo, hijas y padre componen universos sin más vinculación que la propia distancia que tienen entre sí.
La dramaturgia (Guillermo Agengo) no se baña en un río caudaloso para arrastrarnos a una mar sin sentido. Las palabras son precisas, concretas, y bien dirigidas en contar qué pasa y qué les pasa. “Una Familia dentro de la Nieve” es una bella obra coral, musical y poética, con actuaciones impecables que cuentan, sugieren y dan vida a personajes queribles y potentes, apoyándose en una precisa dramaturgia y en una gran dirección. Imperdible.
Hugo Correa