lunes, 10 de agosto de 2009

Crítica de Martin Wullich a Una familia dentro de la nieve


UNA FAMILIA DENTRO DE LA NIEVE, estética motivadora

Una historia contada con mucha magia a través de un parejo elenco

Un cuadro tras otro de pura estética. Un goce visual con recursos sencillos pero muy logrados. Como una instalación artística, la expresión escenográfica minimalista es notable. Elementos conjugados con atrayente iluminación, desde la lúdica maqueta hasta el llamativo vestuario, colores por doquier, cambiantes formas y música acorde, conforman una obra de arte escénica. Todo ha sido pensado para contar, en forma subyugante, una historia dura y dulce a la vez, donde finalmente prima el amor sobre los difíciles avatares vividos.
Desde el comienzo, una mujer cuenta –y recuerda- parte de su vida, habla de sus hijos, de su situación, parece estar cansada, pero no deja de ser comprensiva, sobre todo con el inteligente, el brillante, el geniecito de la familia que inquiere imposibles y se pregunta sin respuesta, filosofando erráticamente, sobre un par de zancos que no abandonará jamás. Es que está por sobre todos, y no tiene intenciones de entender lo que pasa allí abajo. Las chicas, en cambio, son alegres, se ilusionan con nada, vibran al compás de una vida que a pesar de serles esquiva, la disfrutan con pequeñas cosas.

El cuadro en donde mencionan la enorme cantidad de cosas a las que les tienen miedo, con un comienzo de cierta calma y ocurrencia hasta llegar a atropellarse en un crescendo desenfrenado, es exquisito, gracioso y muy emotivo. En tanto, el regreso del padre alcanza ribetes surrealistas fascinantes.El cuarteto de las chicas está tan bien logrado y con tanta cohesión que brilla como tal, pues cada una pone su sello individual en aras del brillo grupal.

Mar Cabrera, Lucrecia Gelardi, Vicky Massa y Carla Vidal componen estupendamente a esos seres estructurados y caóticos a la vez, que se mueven desordenada y coreográficamente, que emanan sentimientos inquietantes. Cuando se reencuentran con su padre –magnífico trabajo de Horacio Marassi- y buscan el afecto extrañado durante tanto tiempo, conmueven profundamente. La madre está muy bien representada por Adriana Ferrer, quien maneja muy bien sus soliloquios. Gabriel Urbani compone con exactitud el preciso hermetismo del hijo inteligente.

El director Diego Brienza ha logrado, con sus rigurosas y cabales marcaciones, un espectáculo que sorprende muy gratamente la sensibilidad del espectador.
Martin Wullich

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